El fuego no se halla en el aceite,
no se halla en la lámpara y no es parte de la mecha.
Es algo externo, no brota de la
lámpara. Alguien lo trae; viene de afuera. Pero es casi lo fundamental en este
asunto, porque una lámpara sin el fuego ardiendo sobre ella obviamente tampoco
sirve, aunque tenga aceite y mecha.
Jesús dijo cierto día: “Seréis
bautizados ... con fuego”. Daba a entender que alguien traería fuego
sobre ellos. Para que una lámpara funcione no bastará con solamente juntar los
elementos adecuados, sino que también debe ser encendida por alguien. Será
finalmente el fuego lo que concederá lo que se buscaba: ¡Luz!
Sin embargo el fuego no es una pieza
más, no es una cosa más del conjunto, sino que éste viene ¡para consumir lo que
está preparado! El fuego es ese algo que otorgará la luz tan deseada,
alimentándose de lo que ha sido preparado. és el que tiene el poder para
expulsar las tinieblas, pero para hacerlo requiere de algo para quemar y
combustible.
El
diccionario de la Biblia
enseña que en las Escrituras el fuego representa la gloria de Dios, Su
protección, Su santidad, Su poder, Su justicia, Su
ira contra el pecado, Su palabra penetrante, y por sobre todo, siempre, Su Presencia.
Esta
Presencia, así como descendió sobre el Tabernáculo de Reunión en el desierto porque este había sido preparado
fielmente conforme a Su Voluntad, siempre podrá ser hallada donde se den las condiciones. Un hombre o una
mujer, con la Palabra y el Espíritu de Dios en sus corazones, y la entrega
constante del ser para hacer la voluntad de Dios, se hallará encendido. El
fuego es la Presencia de Dios en nosotros. Que permanecerá mientras andemos en
la voluntad de Su palabra, llenos del Espíritu Santo y en total entrega a él.
Su Persona es el fuego
consumidor que trae consigo la luz.